Bajo la denominación de lengua china se esconde en realidad una gran variedad de formas lingüísticas. Esto no debería resultar sorprendente si tenemos en cuenta la gran extensión tanto espacial como temporal que abarca el mundo que identificamos cultural y lingüísticamente como chino. Por un lado, llamamos chino a la lengua en que se escribieron textos de hace más de 2.000 años, como los clásicos confucianos y taoístas y, por otro lado, también llamamos chino al idioma mayoritario y oficial de la China de hoy. Es evidente que en un transcurso de tiempo tan largo la lengua ha tenido que sufrir muchas transformaciones y, en efecto, poco tiene que ver la lengua de esos textos clásicos de hace 2.000 años con la lengua actual. Haciendo una comparación con nuestro entorno cultural, podríamos decir que el chino actual y el chino de los textos e inscripciones más antiguos distan tanto como el español del latín. Pero mientras que el latín en su descomposición dio lugar a nuevas identidades culturales en forma de lenguas diferenciadas como el español o el portugués, el mundo cultural chino se ha mantenido como una unidad en la que la norma culta de la lengua, pese a las grandes variaciones regionales, ha permanecido unida. En nuestro entorno cultural más próximo, una analogía más adecuada que la del latín y el español sería la del idioma griego. Del mismo modo que llamamos griego a la lengua hablada en la Grecia del siglo XXI, pero también a la que hablaban los atenienses de hace tres mil años, el concepto de chino se aplica igualmente a todo un mundo cultural cuya lengua inevitablemente ha variado mucho en más de tres mil años de historia lingüística, pero que, como en el caso griego, nunca se ha descompuesto en varias lenguas hijas.

En las próximas secciones se explican brevemente la evolución histórica y la división dialectal del chino actual.